Trece, ¿Qué te parece?


Cuando se iba yendo el 2011 teníamos, entre ceja y ceja, la promesa realizada a principios de ese año: la antología debía pasar a papel, que dejara de existir como una sombra, como un bloque abstracto de cuentos y autores. Gustavo Ferreyra, Luis Chitarroni y Elsa Drucaroff, nuestro jurado de lujo, ya habían elegido los ganadores y finalistas. La bola se puso de nuestro lado. Y nos miramos las caras, nosotros, los alejandrinos, y las ilusiones puestas en Mecenazgo parecían desvanecerse. Teníamos plan B, e incluso plan C. A pocos días del final de 2011, apareció la ayuda. Volvimos a mirarnos las caras. Empezamos a sonreír.
Entre Torpedos de frutilla, Conogoles, mate, galletitas y empanadas (el menú fue amplio porque las reuniones se sucedieron a lo largo del veranito porteño), delineamos nuestro Trece. "Vos, esto, yo aquello" y siempre "sí, sí" dijimos. Porque no hay egos. Porque nosotros, los alejandrinos, estamos juntos porque creemos en lo mismo. Volvimos a leer esos trece autores elegidos por nuestro jurado estrella. Nos miramos otra vez y sonreímos. El resultado del concurso, en cuanto a calidad y cantidad de textos, superó nuestras expectativas. Aunque, es justo reconocer, no sabíamos bien que pensar al inicio de todo. Armamos circuitos de lectura para corregir los textos, repartimos tareas para buscar precios en imprentas, diseño de tapa, diseño interno, y un innumerable sinfín de etcéteras que es aburrido mencionar. Lo que pareció una maratónica corrida a contra-reloj, contribuyó a ajustar nuestro compromiso. Enero se fue, Febrero fue pasando, entre lluvias y hectopascales bajos, hasta que, en cajas, salió de la imprenta, nuestro Trece.
Elegimos ese primer martes de marzo para presentarlo. Porque así lo habíamos prometido. Nos lo habíamos prometido. Abrimos las cajas y volvimos a mirarnos. Ya no había necesidad de ocultar nuestras sonrisas. Llegamos, dijimos, Trece es hermoso. Tuvimos veinte minutos para ojearlo, embelesados, como quien mira esos paisajes que quiere recordar el resto de su vida. Empezaron a llegar los autores de la antología, los invitados, los habitúes de siempre (y sonreímos sin mirarnos, no hacía falta mirarnos). Nos sentamos nosotros, los alejandrinos, y alzándolo como un trofeo dijimos Trece.
Martín Di Lisio leyó "Un Ramone", uno de los cuentos premiados. A medida que avanzaba, y su voz dejaba de quebrarse por los nervios (tal vez), el segundo piso de Fedro estalló en risas. Se reían Claudia Piñeyro, Martín Kohan y Gustavo Ferreyra también. Edio, anfitrión de Fedro, aparecia con botellitas de vino que duraban lo que un suspiro de adolescente enamorado. Al rato, fue Miguel Sardegna quien se sentó en uno de los sillones rojos, para leer "Infancia". Y las risas mutaron en rictus secos y ceños fruncidos. Hay quienes afirman que vieron gente llorar al término de la historia.
Intervalo, vino y charlas. El acartonamiento posicional desapareció por media hora. Paseamos entre libros, degustando alguna próxima compra, recibiendo consejos, comentando algún libro o autor predilecto. Intervalo, vino y charlas.
Scott y Kohan fueron a copar los sillones rojos. Eran nenes, eran dos amigos compartiendo algo que disfrutan, como el Kempes y Bertoni tirando paredes contra Holanda. Y terminó de la misma manera: un golazo bárbaro. Scott anticipó su fantástica novela inédita "El exceso". Cada párrafo parecía estar hecho de una sustancia más pura que las palabras. Delicia literaria. Y Kohan, leyó una impecable selección de "Bahía Blanca", novela que está en las bateas de las librerías más importantes del país, del mundo y la galaxia. Hubo risas, pero sobre todo, perplejidad ante cada oración pronunciada por Kohan, su aparente minimalismo en la elección de las palabras esconde cuestiones hondas, verdaderas, de esas que pocos se animan a contar.
Y así se nos fue la noche, una más, pero que no era una más porque estaba Trece. Nosotros, los alejandrinos, nos miramos y volvimos a sonreir.

Comentarios