El preferido de Hoperhayn: “La niña de altamar”, de Jules Supervielle.


Miembro del jurado del Premio Itaú de Cuento Digital, organizado por Grupo Alejandría

Es un cuento que flota en mi mente desde hace muchos años. Esa niña quedó anclada en la memoria del mar (y en la mía también), y allí yace, en perfecta vida inmutable. La historia comienza con una pequeña, que parece vivir en una suerte de pueblo fantasma, surcado por olas en vez de calles, y con objetos que remiten a sus más primordiales afectos. Ella se levanta por las mañanas  y realiza una rutina espectral, un recorrido por su casa-barco, acomoda las cosas, hace la limpieza, en medio de una nada que sospechamos naufragio. Siempre, en un momento del día, ella se ilusiona con el barco que regresa por ella, y sale corriendo en su búsqueda, hasta que éste se esfuma sin percatarse de su existencia. Al final nos enteramos que esa niña y su mundo, son producto del sueño del padre que perdió a su hija en altamar. Es una estremecedora historia de fantasmas, de mar y supervivencia en el amor, publicada en 1931.

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