Cuento Preferido #10: Roberto Echevarren

Acerca de El cocodrilo de Felisberto Hernández 

Al finalizar el cuento “El cocodrilo”, la ceguera resulta en cierto modo asumida por el protagonista. Regresa a su cuarto de hotel después del homenaje que le han ofrecido sus amigos. En un espejo observa alternativamente su rostro y la caricatura de un cocodrilo que le ha obsequiado un muchacho; en ese juego de reenvíos (“lágrimas de cocodrilo”) comienza repentinamente a llorar en soledad; o más exactamente “mi cara, por su cuenta, se echó a llorar”. Ni la caricatura ni su cara resultan identificadas consigo mismo por el protagonista: “Yo la miraba (a la cara) como a una hermana de quien ignoraba la desgracia”. La cara aquí llora su degradación, su patetismo en el reenvío a través del espejo con respecto a la caricatura del cocodrilo. La cara, que “tenía arrugas nuevas y por ellas corrían las lágrimas”, es comparable también a la pobre vieja de otra de sus escenas de llanto, la cual “tenía una cara tan triste que daban ganas de ponerse a llorar”. Aquí la cara, la máscara, llora la degradación de la máscara; es el llanto de un llanto. Pero el protagonista se sustrae a ella; deja de asumir la identidad personal apoteótico-degradada; se desprende de la máscara, la “hermana”, y asume con la ceguera su carencia 
de identidad: 
 “Apagué la luz y me acosté. Mi cara seguía llorando; las lágrimas resbalaban por la nariz y caían por la almohada. Y así me dormí. Cuando me desperté sentí el escozor de las lágrimas que se habían secado. Quise 
levantarme y secarme los ojos; pero tuve miedo de que la cara se pusiera a llorar de nuevo. Me quedé quieto y hacía girar los ojos en la oscuridad, como aquel ciego que tocaba el arpa.” 
El protagonista de “El cocodrilo” acaba por asumir el destino del ciego; lo cual, proyectado en la obra hernandiana, implica que el pianista narrador asume la ceguera del músico Clemente Colling y de su émulo, Elnene (en la novela Por los tiempos de Clemente Colling, donde evoca a su profesor de piano ciego). Despersonalizado, ha comprendido que la identidad personal es una fijación falsificadora basada en la práctica degradada del “burgués de la angustia” o del negociante engañador. Ahora puede preguntarse si ha alcanzado la dimensión cabal de su destino con las palabras que otorgó Sófocles a Edipo en Colona: “¿Ahora que no soy nada, ahora soy el hombre necesario?”

Vea las bases aquí

Comentarios