Cuento favorito #1: Alejandra Costamagna

«Conversación con mi padre», de Grace Paley

Un padre le pide a una hija que escriba un relato sencillo, al modo de Chéjov o Maupassant. Un padre tiene ochenta y tantos años, está postrado en cama y aún conserva –dice una hija– el interés por los detalles, el oficio, la técnica. Un padre es médico, pero en algún momento ha sido también artista. Una hija intenta escribir ese relato,porque quiere complacerlo. Y porque ha prometido a la familia que en adelante dejará que el padre tenga la última palabra en todas las discusiones.Pero padre e hija no entienden lo mismo por relato sencillo ni por cuento perfecto. Mientras él espera una historia que empiece con había una vez, siga con un argumento redonditoy cierre todos los enigmas, ella desprecia “esa línea continua entre dos puntos” que es la trama. Y no por razones estrictamente literarias, sino porque considera que “tanto los personajes reales como los imaginarios merecen el destino abierto de la vida”.La historia que escribe una hijaes la de una madre que se vuelve yonqui para complacer al hijo drogadicto y muy luego lo supera en adicción y es abandonada por él y su nuera, ahora sanos y antidrogas. El relato es narrado desde la perspectiva de una vecina, que es la protagonistadel cuento inicial. Ella, la hija del padre que le pide que escriba una historia sencilla, es en cierta forma el alter ego de Grace Paley, una de las mejores cuentistas norteamericanas –si no la mejor– de los últimos años, maestra de maestras: abono evidente para autoras de la talla de Lorrie Moore, H.M. Homes o Miranda July. Y el resultado de estedoble cuentollamado «Conversación con mi padre» es un relato perfecto, sencillo y complejo a su paleychejoviano modo. Vale decir, una trama antisolemne, con alta dosis de humor, protagonizada por seres comunes y corrientes (poblados de matices y contradicciones), cuya narración deja en evidencia la arquitectura del relato. Y lo hace sin que la metaliteratura se instale como un ejercicio de virtuosismo vacío. Paley no sólo escribe una historia conmovedora, sino que da cuenta en la práctica de sus concepciones sobre el género. Y de paso revela que las fronteras entre ficción y realidad siempre serán pedregosas y darán pistas sobre nuestras miradas del mundo: “Yo la conozco y yo la he inventado. La compadezco”, dirá una hija para justificar el desenlace del cuento dentro del cuento que un padre cuestiona por inverosímil. Y zanjará el destino de su personaje, la madre del yonqui, con una sola frase: “No voy a dejarla ahí en esa casa llorando”.



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