Bobi, de Alejandro Hernández y Von Eckstein, Comité de lectura del Premio Itaú de Cuento Digital.

El tibio sol apenas calentaba su inerte y ajado cuerpo plagado de cicatrices dejadas por orondos parásitos que hasta hace poco tiempo se pavoneaban sobre su lomo como si de una amplia avenida peatonal se tratara. Sus ojos, fijos en el infinito, aun conservaban el brillo que los caracterizaban de cachorro, cuando una familia lo comprara en una tienda de mascotas una tarde de verano. 
Su nombre era Bobi; o por lo menos así lo llamaron por el breve tiempo en el que sus dueños 
lo agasajaban y mostraban con orgullo a todos los visitantes que a su nuevo hogar llegaban. 
Pero, como todo, la infinita alegría correspondida mediante el exagerado menear de su cola, pronto se fue apagando, pues sus compradores solo lo querían como un capricho temporal, un juguete que se usa y se descarta al poco tiempo. 
Aunque se desvivía por complacer a sus amos, saltando de alegría cada vez que ellos llegaban después de largas e interminables horas de ausencia, todo era en vano ya que ellos se mostraban cada vez más indiferentes. Ya no era aquel cachorro simpático... había crecido y los niños se habían aburrido de él. 
Una fría mañana de invierno, sin motivo alguno, fue introducido en una jaula y llevado en un 
automóvil a un lugar lejano, desconocido, en donde luego de arrojarle un pedazo de carne fue 
abandonado. A pesar de correr en vano detrás del automóvil, sus pequeñas piernas pronto 
quedaron exhaustas. 
Sin entender el porqué de aquella injusticia, se acurrucó debajo de unos arbustos que crecían a orillas del camino y se durmió. 
Durante varios días y meses, deambuló por las barrosas calles, hurgando en los tachos de basura en busca de algún suculento bocadillo que alguien dejara olvidado para mitigar su hambre, esquivando los cascotazos de insensibles transeúntes que veían en él un excelente blanco para practicar su puntería. Una noche, mientras llovía torrencialmente y el frío calaba sus huesos apenas cubiertos por su fina piel con pelos apelmazados, cruzaba una calle, desganado, cansado y abatido, cuando escuchó un chirrido de neumáticos. Al mirar, lo cegó una blanca luz que luego de cubrirlo todo en un instante fue seguida de un golpe seco. 
Los interminables aguijonazos de pulgas y garrapatas cesaron, al mismo tiempo que el intenso frío y el hambre desaparecieron. 
Aquella luz cegadora, pero benévola, envolvió a Bobi con su blanco manto, haciendo que sonriera como hacía tiempo no lo había hecho, introduciéndolo en un profundo e interminable sueño. 
Se cuenta que hoy, Bobi, corre feliz entre las verdes praderas y cristalinos arroyos de un lugar 
donde la tristeza y el abandono no existen. Un lugar donde no tienen cabida el egoísmo ni el 
capricho. Un lugar donde la dicha y el amor jamás lo abandonarán.

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