Fragmento de "El santito de Villa Unión" de Guido Carelli, comité de lectura del Premio Itaú de Cuento Digital.

María Argentina Olguín de Gaitán debe ser una de las mujeres que más veces tocó un muerto. Más veces que un cirujano o un asesino, más veces que un sepulturero, más veces que un forense, aunque es cierto que todos ellos tocan muertos frescos, todavía tibios, muertos algo vivos. Argentina, en cambio, toca desde el 72´, mañana y tarde, el cuerpo frío y mínimo de uno de sus hijos, Miguelito Gaitán, el santito de Villa Unión.
Cuando la vi por primera vez, después de cruzarla en el cementerio, le pregunté cómo había empezado todo. Me respondió con poco entusiasmo que todo está “en el libro”, y ahí nomás me regaló una fotocopia de las que vendía con la historia de Miguel, donde había un fragmento firmados por uno de los poetas del pueblo, un tal Juan Pavón. 
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“Látex entre los cerros” debería llamarse algún próximo poema de Juan Ceferino Pavón, un hombre al que no le cuesta explicar su vocación. 
-Yo soy poeta- me dice en la puerta de su casa, mientras me entrega las fotocopias de su libro que me había prometido, del mismo que Argentina recortó fragmentos para el folleto que explica la vida, la muerte y los milagros de su hijo. 
-Yo soy poeta- repite. Y lo dice serio, entre conmovido y místico. Lo dice serio, a pesar de que está encuero, con el torso desnudo, a pesar de los guantes de látex y de la tintura fresca en la cabeza. 
Sucede que “El diaguita”, como también se lo conoce, además de poeta y a pesar del polvo de los cerros que cubre todo en el pueblo, es un hombre que a sus 55 años no renuncia a la coquetería, a una muy particular al menos. 
Los 13 mil ejemplares del libro del diaguita se agotaron en tres meses, en el 96´. Muchos los regaló y la mayoría los vendió en el cementerio, con ayuda de Argentina. Eso fue todo, dice el autor. Después no hubo dinero para reediciones, a pesar de que le insistió a la dueña de la historia. A Pavón le hubiese perdonado la cifra inflada si en las veintidós páginas de El angelito milagroso. Miguel Ángel Gaitán hubiera encontrado perturbación, desesperación y muerte en vez de las reflexiones trascendentales, sinceras, con un tono convencido de autoayuda. 
-De joven era más simbolista- se excusa y cuenta cómo el santito de Villa Unión lo ayudó a dejar la ginebra que tanto le gustaba. Ahí le surgió la idea de documentarlo todo, como un conjuro, como una epifanía. Le pidió ayuda a la madre de Miguel Ángel, a Doña Argentina, para investigar y documentar la historia del santito. 
La prosa cursi y auténtica de Pavón guarda todos los hechos, todas las fechas y es insoportablemente informativa acerca de los casi doce meses que Miguelito Gaitán, el hijo de Argentina, vivió entre julio del 66 y junio del 67, hasta la noche en que se enfermó de golpe. El libro no dice mucho más que el cuento que todos en el pueblo repiten con pocas variaciones…con demasiado pocas. Y a pesar de que la mayoría dice meningitis, Pavón sólo detalla que Miguel “… se fue con su alma pura y limpia, sin conocer el pecado “Era ya un Elejido”. Sólo después llegarían los favores y los milagros, sólo después llegaría el tiempo del santito de Villa Unión. Después de que apareciera destapado una, dos y hasta tres veces; hasta que interpretaran su deseo de estar “afuera”, a la vista de todos, cuenta el diaguita. 
-Y la gente le pide y le agradece con juguetes. A veces aparecen desparramados, porque Miguel estuvo jugando de noche. 
La entrega del libro y mi despedida de Pavón de pronto se hicieron largas y un poco asfixiantes. Su poema “Juguetes en el cementerio” me parece mucho más perturbador ahora que veo a su autor con guantes cortos de látex, como si fuera un asesino al que interrumpí en plena tarea, descuartizando a su víctima. Me despido como puedo. Pavón se disculpa por el saludo profiláctico y yo sólo atino, como si fuera algo normal, a estrecharle la muñeca. Le sonrió y salgo aliviado, abrumado. 

*** (Sigue en http://gordoyperezoso.tumblr.com/post/19792783277/angelito-milagroso-miguel-gaitan) 

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