Fragmento de la novela "Shanghai" de Gabriel Peveroni, comité de lectura del Premio Itaú de Cuento Digital organizado por el Grupo Alejandría.

(Melina López lee la página 65 del libro Apuntes topográficos sobre Groenlandia, de Charlotte Tzara) 
Al seguir el rastro de Akira por la novela Los ojos de Nanjing, se aprecia el talento de César Aira para ir construyendo el relato sin tener la menor idea de qué es lo que continúa después. Utiliza parala creación de sus ficciones un delicado sistema que podríamos definir como surrealismo consciente, algo así como un desbarrancarse pero manteniéndose atado a un principio de realidad; con los ojos cerrados, pero con un radar hipersensible que lo lleva al territorio de los sueños y guarda el controlde una estructura que no admite fallas. Esta última cualidad es la que le otorga a los relatos de Aira una verosimilitud incuestionable, mayor incluso a la lograda por cualquier otro narrador preocupado en extremo por ser realista. 
Akira, nacido en Hiroshima, es la bola del flipper del relato. Nace, crece, le cuentan cuentos infantiles, padece de cierta especie de insomnio, es un niño japonés de los años treinta que a los dieciséis se embarca con destino a China. Akira va a la guerra. Akira va a China y ve algo que no quiere ver y que no podrá borrar en toda su vida. Esa imagen convertirá su insomnio en una patología crónica que lo acompaña a Filipinas, a la selva, luego a una cárcel en Manila y mucho más tarde en su vida, casi como una redención, a un paraíso tropical en una playa de la isla de Palawan, lejos del punto B, su patria, a la que Akira no siente deseos de volver. Muy lejos también del punto A, o sea Shanghai, ciudad que a él no le dice absolutamente nada, más allá de la proximidad de la gran ciudad portuaria china con Nanjing, la ciudad del cielo, donde se gestó la imagen que lo ha perseguido por tantos mares, selvas, cárceles y destinos insospechados. Akira se sumerge, entre otras cosas, en la literatura. Devora todo lo que lee, todos los libros que le consigue la sobrina de su amor 
tardío, una mujer muy generosa que conoció en los días de clandestinidad en Manila cuando luchaba contra la dictadura de Marcos. 
Otra vez, como hemos visto en otro momento de este estudio, la topografía tiene sentido en la configuración espacio-temporal de la historia. Nuevamente, el ejemplo ya citado de Groenlandia, isla helada a la que vemos casi plana, pero que por medio de datos obtenidos por una serie de radares podemos vislumbrar montañosa, con lagos y ríos sumergidos bajo el blanco eterno. De forma similar a lo que sucede en Groenlandia, el espacio emocional que transita Akira es superficialmente plano, aunque si cambiamos el punto de mirada ¡ªpor ejemplo, desde la perspectiva de Xiaomei, de quien conoce sus ojos pero no su nombre¡ª podremos observar rugosidades y pliegues inesperados. 
Aira ¡ªes decir Lu-Hsin, o bien la conjunción de ambos en el ejercicio de la traducción¡ª no tiene deseos de culminar la novela con el esperado e inoportuno encuentro entre Akira y Xiaomei, convertidos en dos ancianos dominados por el conocimiento y la piedad. Es por eso que deja un final abierto y la solución que encuentra para ir de su punto A hasta su punto B resulta imprevista, lo que carga de genialidad a la novela, pero le quita profundidad. 
En la entrevista que mantuve con Xiaomei busqué el relato que faltaba, lo que Lu-Hsin no quiso contar o evitó escribir para completar la historia. Intenté saber del encuentro que mantuvieron en Shanghai el exsoldado japonés y la exniña china. No tuve respuesta alguna. 
¡ªEso nunca sucedió ¡ªme dijo Xiaomei. 
El desvío paradojal de ese testimonio lleva a que de no haber sucedido esa intersección entre A y B, ya no puntos, sino líneas que atraviesan distintos planos, no se explica la historia de Akira. En primer caso, no tengo pruebas de que haya sucedido. Xiaomei me miró con ojos de espanto cuando le insinué esa posibilidad. No quise averiguar más. Ella, la niña china, la silenciosa abuela de Alaia, asoma como la verdadera narradora de la historia, mientras Lu-Hsin y Aira serían los sucesivos traductores. Y yo, en este continuo literario en el que me muevo, debo rehacer el camino de B hasta A, o sea llegar a Hiroshima, pasando por la isla de Palawan, tratando de buscar el sentido, que es ni más ni menos un ejercicio tan o más complejo que conocer la exacta topografía de Groenlandia. Un ejercicio casi detectivesco.

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