Crónica de Alejandría en Julio

Hay una foto de Saramago sobre una de las mesas. Justo al lado de una aureola de café con leche y azúcar espolvoreada desprolijamente. Hernán Zaccaría levanta una carbonilla y dibuja un trazo gris, tan suave, tan abstracto. Se me hace difícil pensar que dentro de una hora, ese trazo sea una maravillosa caricatura. Sobre el escenario, un micrófono acopla y Scott maniobra perillas hasta hacer desaparecer todo ruido molesto. Abajo, Anich y Hochman esquivan mesas con destreza para dejar todo listo para que un nuevo martes de Alejandría pueda arrancar. Magrino llega tarde con parte médico justificativo.
Luego de los saludos, agradecimientos y anuncios casi obligatorios, el público (cinco decenas de humanos multitarget), enardecido y revoleando remeras, aclama, exige el debut de Marcos Zangrandi. Atraviesa el escenario disimulando el nervio y las manos temblorosas. Nos lee una bellísima historia ("Juego de ensamble"). El frío se hace sentir. El rugido de la platea resuena en la plaza Dorrego. "Acá pasa algo bueno", piensa uno camina sobre Anselmo Aieta e invita a varios, engrosando así al numeroso público que ha venido. Luego, los aplausos y Marcos arroja las hojas a los asientos de adelante, que las disputan como si fuesen trofeos de guerra o reliquias santas. Fin del primer bloque y los patovicas piden refuerzos por sus handys, temen que todo se desborde y termine tan mal como aquellos recitales de los Rolling Stones protegidos por los Hells´s Angels.
Las luces mueren y una música de violines suena. Hay humo sobre el escenario. Un spot proyecta un haz de luz blanca. Entre la humareda, asoma la cara de Edgardo Scott. La audiencia salta tibia, esperando las primeras oraciones, calentando motores para el gran pogo de los párrafos finales. Como un mago, hace aparecer su flamante libro “Los refugios”. Elige uno, quizás al azar, quizás no, y lee. Promediando la mitad del relato, seis o siete sexagenarias encienden encendedores, fósforos y servilletas. Hay emoción, se siente, se palpa. En las mesas del fondo, lagrimean algunos, sorprendidos por la prosa delicada del autor.
El Grupo Alejandría, rápido de reflejos, manda al escenario a María Ferreyra. Ella aparece vistiendo su mejor traje de fiesta, perfumada con polvos de la china, con la piel humedecida por sprays que contienen aguas termales. Un abanico español le abanica la cara y ella lee, cambia las voces, los tonos. Afuera, adolescentes enamoradizos se agolpan en las ventanas, juntan plata entre todos para dos cervezas y entran al bar. La audiencia ríe a carcajadas y vuelan las primeras prendas íntimas: un boxer a cuadrillé, pantuflas marrones, slipetas ceñidas no del todo pulcras. Y al finalizar su lectura, ya somos más de 150 personas en el bar. Fin del segundo bloque. Llegan los refuerzos: tres cuidacoches que paran en Salta y San Juan.
Fuegos de artificio y música de Hendrix preceden la aparición de Ariel Bermani. Su selección de relatos cortos (los capítulos de sus novelas están ideados así) agita al público espectacularmente. Ya no son carcajadas, son rugidos de león que salen con algunas salivitas imprevistas; ya no son lagrimas, son gotas grandes y redondas que podrían llenar una bombucha; ya no son ceños fruncidos, son pasas de uva con ojos. Sobre nuestras cabezas vuelan los sentimientos: son como luces de colores que se mezclan y arman un caleidoscopio más que interesante e hipnótico. La gente atravesaba la plaza Dorrego y no quería perderse un segundo, una palabra, ni siquiera una sílaba de las que pronunciaba Bermani. “Esto termina mal” dijo uno de los muchachos de seguridad. Las casi trescientas personas vibraban dentro del bar.
Y en pleno regocijo de las almas, anich-hochman-magrino-scott-venturini organizan el sorteo de cosas lindas, de libros (de Scott, e Anich, de Magrino, de Albarello), de entradas a New York (la obra de Dalmaroni) y el gran Saramago de Zaccaría.
Dicen que en Mataderos, a eso de las once de la noche se oyó una ovación a los artistas. Dicen también, que nada de esto paso. Los que vinieron podrán desmentirlo. Los que no, bueno, los esperamos el próximo Martes 3 de Agosto, en el Bar Todo Mundo, Anselmo Aieta 1095, Plaza Dorrego, San Telmo.

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