Miembro del Jurado del Premio Itaú de Cuento Digital 2013, organizado por Grupo Alejandría. Mi cuento preferido no existe, porque prefiero tantos que al final no sé cual es mi preferencia. Después de este pleonasmo, me vienen a la cabeza tres cuentos muy distintos: 'Post Scriptum' de Juan José Arreola, 'Vañka' de Anton Chéjov y 'Gente así es la única que hay por aquí' de Lorrie Moore. El de Arreola nos muestra a un suicida que aplaza su inminente disparo en la boca por culpa del rigor literario. Hasta que no encuentre la frase indicada para su nota de despedida, el narrador no apretará al gatillo. Así es cómo el estilo te salva la vida. El cuento de Chéjov habla de otra carta, la que el pequeño Vañka, Juancito en ruso, le escribe a su abuelo rogándole que venga a visitarlo. La misiva, tan balbuceante como conmovedora, es introducida en un sobre donde el niño anota: "Para el abuelito, que está en la aldea". Después la deposita en el buzón del que nunca saldrá. Quizá todo seamos un poco Vañka, escribiéndonos cartas a nosotros mismos. El cuento de Moore narra, con brutal hondura y aterrador sarcasmo, la estancia de unos padres en el más literal de los infiernos: la planta de oncología infantil. Si los bebés conocen un sufrimiento anterior a lo verbal, aquí cada palabra remite a un sufrimiento quirúrgicamente nombrado. La voz de la madre destila la franqueza de quien tiene un arma en la boca y, ahora que lo pienso, se habría merecido un hijo como Vañka.
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