Hacia fines de 2004, antes de entrar o después de salir
del taller de Abelardo Castillo, nos reuníamos Clara Anich, Juan José Burzi,
Verónica Yattah, Sandra De Falco, Leonardo Saguerela, Edgardo Scott y algún
otro compañero y hablábamos largamente de lo que estábamos leyendo, de lo que
queríamos leer, de lo que estábamos escribiendo y de lo que queríamos escribir.
Como la mayoría de las cosas importantes ̶ que es difícil precisar su origen ̶ Alejandría nació en uno de esos encuentros,
diurnos o nocturnos, en La americana, Plaza del Carmen o algún otro bar de
Congreso. Aquellas charlas comenzaron a tomar la forma de “hacer algo”; “hacer
algo juntos” y hacer algo hacia afuera, público. Lo primero que surgió fue una
revista literaria. Pero entonces había compañeros que estaban haciendo una
revista y había, como siempre, muchas y buenas revistas literarias, así que esa
idea quedó postergada. Surgió entonces la idea de hacer lecturas, lecturas de
cuentos, en un bar.
Hoy, o tiempo después, podemos decir que tomamos o nos
inscribimos en la tradición de los poetas, o en la tradición de los salones
literarios y encuentros bohemios de Buenos Aires, pero entonces nosotros no
pensamos en nada de eso: nos parecía una idea propia, original. Y enseguida
adivinamos la estructura y la dinámica que casi sin modificaciones dura hasta
el presente; integrar escritores inéditos, o que estuvieran empezando, con escritores de trayectoria. Comenzamos en
Bartolomeo (ex Bukowski), en el Pasaje de la Piedad y Bartolomé Mitre, el 15 de
marzo de 2005 y nuestra primera invitada especial fue Ana María Shua. Los dos
primeros años hicimos dos encuentros por mes. El primer y el tercer martes. En
cada encuentro fuimos conociendo a nuestros pares. Ya sea porque venían a leer
a nuestro ciclo o porque también venían a escuchar, como público. Una de las
mesas de Alejandría la ocupaban regularmente Ricardo Romero, Federico Levín,
Leonardo Oyola, Ignacio Molina, Lucas “Funes” Oliveira, es decir, “el quinteto
de la muerte”; otros de los ciclos de lecturas que empezaron a generarse.
En esos primeros años, el ciclo se llamaba “Noches de
cuentos” porque éramos estrictos con el género. Pero después, y también por los
amigos que se iban acercando, comprendimos que debíamos abrirnos a todos los
géneros literarios, y entonces tratamos de que leyeran poetas, novelistas,
dramaturgos, narradores que incluían performance,
que hubiera distintas formas de escritura, lectura y narración. De modo que el
nombre del grupo se fundió con el lugar. Alejandría más que un grupo era el
ciclo de lecturas que sucedía el primer martes de cada mes.
Hicimos antologías de nuevos autores y dispusimos una
mesa donde se exhibían y vendían sobre todo libros de autores emergentes, por
lo general editados por flamantes editoriales independientes. Nos mudamos de
bar, a Los porteñitos, en la calle Salta, y después a Todo mundo, en Plaza
Dorrego. Pero un día nos cansamos un poco del ruido de vajillas, entonces nos
mudamos una vez más y por primera vez a una librería, el entrepiso de los
amigos de Fedro, en San Telmo. Ya no hacía falta la mesa de libros porque había
toda una librería a disposición.
Se nos ocurrió hacer un concurso de cuentos. No teníamos
plata, pero pensamos que de algún modo el premio sería una antología; teníamos
muchas ganas y estábamos seguros de conseguir un jurado de lujo. Nosotros
cuatro hicimos de comité de selección; recibimos casi trescientos cuentos;
sobres y sobres. Conseguimos ese jurado: Luis Chitarroni, Elsa Drucaroff y
Gustavo Ferreyra, que actuaron por amistad y por amor a la literatura. Ese
mismo año, en paralelo, se lanzaba el Premio Itaú de cuento digital. Al año
siguiente sumamos y reunimos fuerzas, y desde hace dos años organizamos el
Premio Itaú. En 2013 llegaron más de 1100 cuentos.
También en 2013 nos mudamos a Palermo, a Eterna cadencia.
Pasamos un gran año en Eterna, pero ahora, después de esta noche en Malba,
vamos a estar en Ghandi, también en Palermo. Somos, evidentemente, por elección
o circunstancias, nómades, pero nos gusta ese espíritu de tener y conocer casas
nuevas.
Hicimos muchas cosas que, a esta altura, sabemos que se
llaman o pertenecen a la “gestión cultural” y que ocurren en un mundo complejo
como cualquier mundo que es el “mundo literario”. En ese mundo, donde muchos
sólo ven conspiraciones y mezquindades, nosotros hemos conocido una gran
cantidad de amigos, muy talentosos, que admiramos, y que también nos han acompañado
a lo largo de estos diez años. Se dice que a un escritor hay que juzgarlo por
sus mejores páginas; tal vez a cualquier campo cultural o profesional, haya que
juzgarlo por su gente más lúcida y generosa.
Hoy sentimos con claridad que pertenecemos a una
generación y que hemos formado parte de un movimiento. Y que si bien hay muchas
cosas en la literatura argentina que no han cambiado en estos diez años, son
más las que sí. Simplemente señalamos dos: primero, la inmensa y notable
cantidad y calidad de editoriales independientes que han surgido desde 2005 a
la fecha: Entropía, Funesiana, Milena Cacerola, Mardulce, Pánico al Pánico,
Factótum, Eterna cadencia, Muerde muertos, Fiordo, Clase turista, Conejos, La
bestia equilátera, El octavo loco, Gárgola, Intezona, Caja negra, Dakota, Blatt
y Ríos, Mansalva, sólo por citar algunas. Editoriales que en gran medida se han
ocupado de autores argentinos emergentes o poco difundidos y que, creemos, han
apostado a esos autores porque en estos diez años, y también a partir de la
circulación que permiten los ciclos de lectura, se constituyó una escena
literaria independiente que cada día se extiende más. Una escena que tuvo una
de sus columnas en los ciclos de lectura y otra en las páginas, blogs, revistas
literarias on-line, distintas redes sociales y también en la cada vez más
atractiva edición de e-books. En segundo lugar, percibimos que en estos diez
años, ha cambiado la recepción de las obras de autores jóvenes o emergentes.
Percibimos que se valora y se reconoce más que antes la obra de autores
jóvenes. Durante mucho tiempo la literatura argentina parecía congelada en el
Grupo Sur: Borges, Bioy, Cortázar. Sentimos que hoy ese panorama ha cambiado,
que predomina la variedad de estilos y que la brecha entre los autores de más
larga trayectoria y los autores jóvenes ya no es tanta. Eso nos alegra.
No obstante, todavía la literatura argentina sigue siendo
un espacio breve, reducido, si lo comparamos con otros ámbitos culturales y con
otros sectores de la sociedad. Las tiradas de libros de autores argentinos,
sobre todo de autores jóvenes, no suelen superar los mil ejemplares. Esperamos
que en diez años más eso logre modificarse.
Más de quinientos autores han pasado por Alejandría en
estos diez años. Siempre decimos que el hecho de hacer y sostener Alejandría
tanto tiempo, postergó, demoró o puso en segundo plano las escrituras y los
libros de cada uno. Pero eso es así sólo si no consideramos que Alejandría
también sea y siga siendo un modo de escritura; tal vez la más política de
nuestras escrituras, porque desde el primer momento salió a la calle y ocupó un
lugar en la escena pública del campo literario. Si fuera de ese modo,
Alejandría es como una gran novela sin terminar que venimos escribiendo desde
hace diez años y que no sólo la escribimos nosotros si no todos los que han
pasado por el ciclo y todos los que han participado del proyecto. ¿O qué
resultaría si alguien edita en un solo libro, en un solo volumen, todos los
textos que se han leído en Alejandría en estos diez años?
Malba-5 de marzo de
2014
Agradecimientos
Juan José Burzi, Verónica Yattah, Sandra De Falco,
Leonardo Saguerela por haber dado inicio a Alejandría.
A Ximena Venturini y Hernán Zaccaria por sumarse en el
camino.
A Ángel Berlanga, Silvina Friera, Fernanda Nicolini,
Daniel Gigena y Lucas Rodríguez Perea por acompañarnos desde los medios y tener
siempre un lugar para el ciclo.
Al bar Bartolomeo, Los Porteñitos, Todo Mundo, Edio Bassi
y Daniel de Fedro, Pablo Braun y Patricio Zunini de Eterna Cadencia, Salvador
Biedma de Gandhi y hoy Magdalena Arrupe de Malba Literatura por abrirnos las
puertas.
A la Itaú Cultural Argentina, principalmente a José
Pages, Anabella Ciana y Adriana Mendes Rosa, por confiar en nosotros y sumarnos
a la organización del Premio Itaú de Cuento Digital.
A Sylvia Iparraguirre, Silvia Hopenhayn, Elsa Drucaroff,
Martín Kohan, Ricardo Romero y Hebe Uhart por acompañarnos esta noche y a lo
largo de tantas otras.
Y especialmente a todos los que pasaron por el ciclo: los
que vinieron a ponerle voz a sus textos, como los que vinieron a escuchar.
Gracias!
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