Entre mis cuentos preferidos, Padres e hijos es uno de los que con mayor frecuencia reaparece en
mis pensamientos: ese diálogo final del protagonista con su hijo, en el que
está todo dicho y todo está aún por decirse, no es sólo la clave de un
paradigma literario sino un ejemplo extraordinario –y conmovedor- de que el
pasado nunca termina de cerrarse. Hemingway multiplica en ese cuento el espacio
semántico de su personaje, pero en esencia lo sitúa en esos dos opuestos: Nick
Adams es alguien que no puede terminar de convertirse en padre porque, como casi
todo el mundo, no ha terminado de ser hijo.
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