Uno de los tesoros más valiosos de la biblioteca de Pekín es la llamada "Colección Ping", en honor a un juez rural con ese nombre, que aplicó una extraña ley a fines del siglo XIX.
Los condenados a muertes eran llevados ante él, y luego de verlos llorar y patalear durante algunos minutos, les ofrecía una pluma, un frasquito de tinta y todo el papel que quisieran.
"Deberás ganarte el derecho a vivir", les decía Ping. "Tendrás todo el contenido de este tintero para convencerme de que tu permanencia en este mundo tiene algún valor".
El magistrado no respondía preguntas. Sólo ordenaba que los reos fueran conducidos a una habitación con vista al río Amarillo, donde tendrían que escribir para salvarse de su ejecución.
La Colección Ping contiene un centenar de pequeñas novelas históricas, que narran con lujo de detalles el estilo de vida en aquellos tiempos. Héroes imperfectos, villanos poderosos y mujeres de belleza intoxicante aparecían en la imaginación de aquellos autores llevados al límite por el miedo a la muerte.
Otros optaban por la poesía, y pese a la caligrafía temblorosa lograban combinar un puñado de símbolos en profundas reflexiones acerca del ser. También estaban aquellos que se limitaban a pedir perdón, una y otra vez hasta quedarse sin tinta. O los que escribían larguísimas cartas a sus familias, despidiéndose en caso de que les tocara morir. Aun entre estos últimos es posible encontrar textos que arrancarían lágrimas a una estatua de mármol. Por último, los artistas y los analfabetos preferían dibujar batallas numerosas o retratos de la familia imperial, aun cuando jamás los hubieran visto.
No todas las creaciones llegan a la excelencia, pero cada una de ellas tiene por lo menos una frase, una idea, un trazo, que demuestra el infinito potencial del ser humano.
La colección de manuscritos no está abierta a los turistas, a diferencia de la inmensa colección de calaveras de Ping, "el de las falsas promesas".
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