Sobre Unas pocas palabras, un pequeño refugio
Lo breve debería ser la forma
indeleble de la emoción, de su mayor intensidad. Por eso nada hay más intenso
que la poesía, que el iluminado rigor de un verso. Con la introducción de la
prosa, entramos en un laberinto de espejos que a veces puede perder de vista
sino olvidar su destello inicial. En “Unas pocas palabras, un pequeño refugio”,
Kenneth Bernard consigue que en esa prosa breve de apenas dos páginas, el
relato nunca abandone su angustia, su latido, su original encanto. Tan seguro
está de su objeto que incluso en esas dos páginas hay lugar para la digresión,
para lo gratuito –lo grato–, esa clase de lujo o derroche veraz que sólo otorga
la gracia. Es, además, una lección de cómo narrar uno de los temas o motivos
más difíciles: la muerte de un amigo. Recomiendo ese relato y recomiendo el
libro entero para cualquiera que quiera adivinar la maravilla de la forma
breve. “Unas pocas palabras, un pequeño refugio” es el último cuento perfecto
que leí.
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